La evolución de la muralla romana
En el siglo XIX, un amplio sector desapareció para favorecer la expansión urbanística de la ciudad. En 1870 se inició una férrea defensa de lo que quedaba tras anunciarse que la construcción romana se ponía en venta
Carles Gosálbez | cgosalbez@diaridetarragona.com
El derrumbamiento de veinte metros de la muralla romana el pasado 15 de noviembre en un sector situado en las proximidades de la Torre de l'Arquebisbe, es uno más de los desperfectos que ha sufrido la construcción defensiva romana más antigua levantada fuera de la capital del Imperio. El ejército republicano inició la fortificación el a?o 217 a.C. y entre 150 y 125 a.C. la amplió para posibilitar que llegara hasta la zona conocida como la Marina.
De los cuatro kilómetros que tuvo la muralla, hoy sólo se conservan 1.300 metros. En el siglo XIX fue destruido un amplio sector como resultado del crecimiento urbanístico de Tarragona.
Lo que hoy puede verse de la muralla no es sino un retrato de la evolución de una ciudad que fue plaza militar y resultó duramente castigada por los conflictos bélicos a la que fue sometida.
Desde la caída del Imperio Romano, Tarragona ha pasado por largos períodos de ostracismo, pobreza y destrucción que han marcado su desarrollo urbano y económico. Estas circunstancias han dejado marcada su huella en la muralla.
La última gran batalla que libró la muralla fue en 1870, cuando junto con el Pretori corrió el peligro de ser destruida por completo por la mano del hombre. La muralla estaba en venta y, como sucedió en siglos pretéritos, sus bloques de piedra tallados la convertían en una envidiable cantera.
Informado de la decisión, Bonaventura Hernández Sanahuja envió con carácter de urgencia un escrito a las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San Fernando donde solicitaba su ayuda para evitar la total desaparición del monumento romano.
Durante seis a?os hubo un intercambio de misivas al más alto nivel y fue en 1876 cuando se empezó a vislumbrar que la muralla sería salvada de la estupidez humana.
No deja de sorprender que en aquellos a?os las posiciones más progresistas eran partidarias de derribar la muralla en nombre del progreso y para favorecer la expansión inmobiliaria de la ciudad.
La cantera urbana
En la Edad Media Tarragona tuvo una cantera dentro de la propia ciudad: la muralla. El historiador Lluís Pons d'Icart fue una de las pocas personas que dejaron pistas sobre el sector desaparecido de la trama defensiva romana.
En 1489 el municipio, muy endeudado, se comprometió a la construcción de un muelle. En un acta de la época se podía leer la siguiente orden: «Portar tota la pedra que es a la muralla vulgarment dita de Sant Fructuos a mar, allí hon es principiat lo moll e lanzar-la en mar e fer-ne moll».
Unos a?os más tarde, en 1542, el emperador Carlos visitó Tarragona acompa?ado de su hijo Felipe y comprobó el mal estado de conservación de las fortificaciones de la ciudad. En la restauración también se utilizaron bloques de piedra que había en el entorno de la muralla de Sant Fructuós, cerca de Caputxins.
D'Icart describió la desaparición de una de las cinco torres de la muralla que llegó a conocer -en la actualidad se conservan tres: Cabiscol, Arquebisbe y Minerva-. Estaba situada en las proximidades de lo que en la trama urbana de Tarragona coincide con la Plaça Ponent -la muralla discurría en la misma dirección que la calle Lleida. El historiador hizo un relato crítico donde decía que «acabaren uns picapedres de arroinar per servirse de les grans rochas o pedras de aquella -de la muralla- com a barbaros y enemichs de tanta antiquitat».
Lo que vio d'Icart pudo ser, al menos en algunos tramos de la muralla romana, los restos que quedaban de la misma en la zona situada más próxima al mar. Aunque no existe documentación, no se puede descartar que las incursiones musulmanas y visigodas generasen graves da?os en el recinto amurallado y que las ruinas se deteriorasen durante los siglos en que la ciudad quedó prácticamente desierta, hasta su repoblación en el siglo XII.
La gran cantera que representaban los bloques de la muralla derruida también estuvieron en el punto de mira en 1600, cuando se utilizaron en la reparación del puente que cruzaba el Francolí y cuya base sufrió graves desperfectos como consecuencia de una avenida de agua.
Hernández Sanahuja fue testigo de parte del desmonte de la muralla baja. En los a?os 1821 y 1822 se extrajeron sillares para construir un muro que iba desde el baluarte de Sant Pau al de Orleans (Plaza de Toros). Algunas de las piedras eran de dimensiones ciclópeas.
Dos torres desaparecidas
De las torres de la muralla que han desaparecido por diversas circunstancias, se conoce el nombre de dos. La Torre dels Heretjes estuvo situadas en un lugar próximo a la confluencia de las calles Assalt y August
La desaparición de la Torre Grossa dejó tras de sí un rastro de sangre y muerte. Estaba situada en uno de los extremos de la Rambla Vella, en las proximidades del antiguo convento de Sant Francesc y próxima a la Torre dels Heretges.
En 1462, coincidiendo con el ataque de las tropas del rey Joan II a Tarragona, las fuerzas francesas que sitiaban la ciudad se situaron junto a la Torre Grossa y desde allí causaron graves da?os a la muralla.
Unos a?os más tarde llegó la tragedia. En el siglo XVII la torre se destinó a almacén de pólvora con el consiguiente peligro para la población. El 3 de septiembre de 1700, durante una tormenta, un rayo cayó sobre la Torre Grossa y el edificio saltó por los aires como resultado de la explosión de los cuatrocientos quintales de pólvora almacenados en el interior del polvorín.
La onda expansiva alcanzó la Catedral -se rompieron las vidrieras y abrió los portones. La explosión causó la muerte de tres personas e hirió a más de treinta, y la iglesia de Sant Francesc y edificios cercanos quedaron destruidos, así como el sector de la muralla más próximo.
Las ventanas de Casa Canals
El aprovechamiento de la muralla romana como espacio de hábitat tiene su mejor reflejo en la vertiente del Passeig de Sant Antoni, donde las casas aprovecharon el muro exterior y crecieron hacia el interior del recinto. La evolución es palpable en cada metro del lienzo.
Uno de los ejemplos que explican la evolución de la muralla es la Casa Canals. Las ventanas que en la actualidad se aprecian desde la calle fueron abiertas en 1802, coincidiendo con la visita a Tarragona del rey Carlos IV, con motivo de la inauguración de las obras de ampliación del puerto.
En los últimos quince a?os también se han realizado actuaciones que han afectado a la muralla, como la apertura de una puerta en el tramo inferior del sector del Passeig de Sant Antoni, o las intervenciones que se han realizado para repararla con resultados muy discutibles, como se observa en un tramo donde se optó por la colocación de tochos.
Un derribo trascendental
En 1932 se produjo un derrumbamiento anunciado en las proximidades de la Torre de Minerva. Seis a?os antes la Comisión Provincial de Monumentos denunció el vertido de aguas y la transformación de la torre en una cisterna.
Un a?o más tarde, en 1926, se informó que se había observado una mancha de humedad en el muro, sin que nadie pusiera remedio. El 19 de febrero de 1932 la muralla se vino abajo irremediablemente, abriendo un boquete de grandes proporciones. El derrumbamiento dejó a la vista el relieve de la Minerva.
No era ni mucho menos la primera vez que un tramo de muralla se venía abajo. En poco más de cien a?os se han contabilizado diversos casos. Además del acontecido en 1932, puede citarse el de 1897, de unos doce metros y que afectó a la zona del Seminari, el de 1935, de treinta metros de longitud y localizado cerca del acceso desde el Portal del Roser, o el de 1936, en el Escorxador.
Los derrumbamientos más recientes tuvieron lugar en las décadas de los cuarenta y los sesenta, y las más cercana en el tiempo la del pasado 15 de noviembre de 2005, que aún está en fase de reparación.
Las intervenciones que se hicieron para componer la muralla son perfectamente visibles en la actualidad, sobre todo por el poco cuidado que se puso en solventar los da?os ocasionados.
Una de las características de la muralla de Tarragona es la presencia en muchos sillares de símbolos del alfabeto ibérico, realizado por picapedreros autóctonos que participaron en su construcción. Los pobladores de Tarragona antes de la llegada de las legiones trabajaron bajo las órdenes de los ingenieros romanos.
Tarragona ha sido plaza militar desde la llegada del ejército romano. Esta circunstancia ha hecho que haya sufrido muchas transformaciones a lo largo de la historia, sobre todo en época medieval. Una de las más significativas coincidió con la Guerra de Succesió (1702-1714), cuando el ejército inglés construyó la contramuralla, también conocida como Falsa Braga.
En el siglo XVI la muralla tenía una longitud de cuatro kilómetros, según dejó escrito el historiador tarraconense Lluís Pons d'Icart. Su perímetro encerraba la ciudad desde la Part Alta, donde tuvo sus orígenes romanos, hasta la zona portuaria. Se sabe que un sector discurría por la actual calle Lleida.
La muralla se construyó en dos fases. La primera se inició en el a?o 217 a.C. -el ejército romano llegó en el 218 a.C.- y se prolongó hasta el a?o 197 a.C. La segunda fase implicó una considerable ampliación de su perímetro y las obras se efectuaron entre los a?os 150 y 125 a.C., aunque no todos los estudiosos coinciden con esta última datación cronológica.
Sólo el sector más elevado de la muralla ha permanecido en pie. Se trata del que cerraba la ciudad antigua por una zona donde difícilmente podía continuar. En el siglo XIX, la expansión urbanística de Tarragona hacia el exterior del recinto amurallado decidió a los gobernantes de la época a derribar los tramos que estaban situados por debajo de la Rambla Vella.
La muralla de Tarragona es la construcción romana más antigua de la Península Ibérica y uno de los escasos restos de época Republicana. Puede decirse que de este período es el mejor conservado. Su construcción coincide con la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago, que se prolongó entre los a?os 218 y 201 antes de Cristo.
Debe ponerse final al deterioro de la muralla. El último desprendimiento, ocurrido en noviembre de 2005, puso de manifiesto la necesidad de permeabilizar el monumento. Las futuras restauraciones deberían seguir un mismo patrón para no generar el puzzle de estilos y piedras que se observa en la actualidad.
Carles Gosálbez | cgosalbez@diaridetarragona.com
El derrumbamiento de veinte metros de la muralla romana el pasado 15 de noviembre en un sector situado en las proximidades de la Torre de l'Arquebisbe, es uno más de los desperfectos que ha sufrido la construcción defensiva romana más antigua levantada fuera de la capital del Imperio. El ejército republicano inició la fortificación el a?o 217 a.C. y entre 150 y 125 a.C. la amplió para posibilitar que llegara hasta la zona conocida como la Marina.
De los cuatro kilómetros que tuvo la muralla, hoy sólo se conservan 1.300 metros. En el siglo XIX fue destruido un amplio sector como resultado del crecimiento urbanístico de Tarragona.
Lo que hoy puede verse de la muralla no es sino un retrato de la evolución de una ciudad que fue plaza militar y resultó duramente castigada por los conflictos bélicos a la que fue sometida.
Desde la caída del Imperio Romano, Tarragona ha pasado por largos períodos de ostracismo, pobreza y destrucción que han marcado su desarrollo urbano y económico. Estas circunstancias han dejado marcada su huella en la muralla.
La última gran batalla que libró la muralla fue en 1870, cuando junto con el Pretori corrió el peligro de ser destruida por completo por la mano del hombre. La muralla estaba en venta y, como sucedió en siglos pretéritos, sus bloques de piedra tallados la convertían en una envidiable cantera.
Informado de la decisión, Bonaventura Hernández Sanahuja envió con carácter de urgencia un escrito a las Reales Academias de la Historia y Bellas Artes de San Fernando donde solicitaba su ayuda para evitar la total desaparición del monumento romano.
Durante seis a?os hubo un intercambio de misivas al más alto nivel y fue en 1876 cuando se empezó a vislumbrar que la muralla sería salvada de la estupidez humana.
No deja de sorprender que en aquellos a?os las posiciones más progresistas eran partidarias de derribar la muralla en nombre del progreso y para favorecer la expansión inmobiliaria de la ciudad.
La cantera urbana
En la Edad Media Tarragona tuvo una cantera dentro de la propia ciudad: la muralla. El historiador Lluís Pons d'Icart fue una de las pocas personas que dejaron pistas sobre el sector desaparecido de la trama defensiva romana.
En 1489 el municipio, muy endeudado, se comprometió a la construcción de un muelle. En un acta de la época se podía leer la siguiente orden: «Portar tota la pedra que es a la muralla vulgarment dita de Sant Fructuos a mar, allí hon es principiat lo moll e lanzar-la en mar e fer-ne moll».
Unos a?os más tarde, en 1542, el emperador Carlos visitó Tarragona acompa?ado de su hijo Felipe y comprobó el mal estado de conservación de las fortificaciones de la ciudad. En la restauración también se utilizaron bloques de piedra que había en el entorno de la muralla de Sant Fructuós, cerca de Caputxins.
D'Icart describió la desaparición de una de las cinco torres de la muralla que llegó a conocer -en la actualidad se conservan tres: Cabiscol, Arquebisbe y Minerva-. Estaba situada en las proximidades de lo que en la trama urbana de Tarragona coincide con la Plaça Ponent -la muralla discurría en la misma dirección que la calle Lleida. El historiador hizo un relato crítico donde decía que «acabaren uns picapedres de arroinar per servirse de les grans rochas o pedras de aquella -de la muralla- com a barbaros y enemichs de tanta antiquitat».
Lo que vio d'Icart pudo ser, al menos en algunos tramos de la muralla romana, los restos que quedaban de la misma en la zona situada más próxima al mar. Aunque no existe documentación, no se puede descartar que las incursiones musulmanas y visigodas generasen graves da?os en el recinto amurallado y que las ruinas se deteriorasen durante los siglos en que la ciudad quedó prácticamente desierta, hasta su repoblación en el siglo XII.
La gran cantera que representaban los bloques de la muralla derruida también estuvieron en el punto de mira en 1600, cuando se utilizaron en la reparación del puente que cruzaba el Francolí y cuya base sufrió graves desperfectos como consecuencia de una avenida de agua.
Hernández Sanahuja fue testigo de parte del desmonte de la muralla baja. En los a?os 1821 y 1822 se extrajeron sillares para construir un muro que iba desde el baluarte de Sant Pau al de Orleans (Plaza de Toros). Algunas de las piedras eran de dimensiones ciclópeas.
Dos torres desaparecidas
De las torres de la muralla que han desaparecido por diversas circunstancias, se conoce el nombre de dos. La Torre dels Heretjes estuvo situadas en un lugar próximo a la confluencia de las calles Assalt y August
La desaparición de la Torre Grossa dejó tras de sí un rastro de sangre y muerte. Estaba situada en uno de los extremos de la Rambla Vella, en las proximidades del antiguo convento de Sant Francesc y próxima a la Torre dels Heretges.
En 1462, coincidiendo con el ataque de las tropas del rey Joan II a Tarragona, las fuerzas francesas que sitiaban la ciudad se situaron junto a la Torre Grossa y desde allí causaron graves da?os a la muralla.
Unos a?os más tarde llegó la tragedia. En el siglo XVII la torre se destinó a almacén de pólvora con el consiguiente peligro para la población. El 3 de septiembre de 1700, durante una tormenta, un rayo cayó sobre la Torre Grossa y el edificio saltó por los aires como resultado de la explosión de los cuatrocientos quintales de pólvora almacenados en el interior del polvorín.
La onda expansiva alcanzó la Catedral -se rompieron las vidrieras y abrió los portones. La explosión causó la muerte de tres personas e hirió a más de treinta, y la iglesia de Sant Francesc y edificios cercanos quedaron destruidos, así como el sector de la muralla más próximo.
Las ventanas de Casa Canals
El aprovechamiento de la muralla romana como espacio de hábitat tiene su mejor reflejo en la vertiente del Passeig de Sant Antoni, donde las casas aprovecharon el muro exterior y crecieron hacia el interior del recinto. La evolución es palpable en cada metro del lienzo.
Uno de los ejemplos que explican la evolución de la muralla es la Casa Canals. Las ventanas que en la actualidad se aprecian desde la calle fueron abiertas en 1802, coincidiendo con la visita a Tarragona del rey Carlos IV, con motivo de la inauguración de las obras de ampliación del puerto.
En los últimos quince a?os también se han realizado actuaciones que han afectado a la muralla, como la apertura de una puerta en el tramo inferior del sector del Passeig de Sant Antoni, o las intervenciones que se han realizado para repararla con resultados muy discutibles, como se observa en un tramo donde se optó por la colocación de tochos.
Un derribo trascendental
En 1932 se produjo un derrumbamiento anunciado en las proximidades de la Torre de Minerva. Seis a?os antes la Comisión Provincial de Monumentos denunció el vertido de aguas y la transformación de la torre en una cisterna.
Un a?o más tarde, en 1926, se informó que se había observado una mancha de humedad en el muro, sin que nadie pusiera remedio. El 19 de febrero de 1932 la muralla se vino abajo irremediablemente, abriendo un boquete de grandes proporciones. El derrumbamiento dejó a la vista el relieve de la Minerva.
No era ni mucho menos la primera vez que un tramo de muralla se venía abajo. En poco más de cien a?os se han contabilizado diversos casos. Además del acontecido en 1932, puede citarse el de 1897, de unos doce metros y que afectó a la zona del Seminari, el de 1935, de treinta metros de longitud y localizado cerca del acceso desde el Portal del Roser, o el de 1936, en el Escorxador.
Los derrumbamientos más recientes tuvieron lugar en las décadas de los cuarenta y los sesenta, y las más cercana en el tiempo la del pasado 15 de noviembre de 2005, que aún está en fase de reparación.
Las intervenciones que se hicieron para componer la muralla son perfectamente visibles en la actualidad, sobre todo por el poco cuidado que se puso en solventar los da?os ocasionados.
Una de las características de la muralla de Tarragona es la presencia en muchos sillares de símbolos del alfabeto ibérico, realizado por picapedreros autóctonos que participaron en su construcción. Los pobladores de Tarragona antes de la llegada de las legiones trabajaron bajo las órdenes de los ingenieros romanos.
Tarragona ha sido plaza militar desde la llegada del ejército romano. Esta circunstancia ha hecho que haya sufrido muchas transformaciones a lo largo de la historia, sobre todo en época medieval. Una de las más significativas coincidió con la Guerra de Succesió (1702-1714), cuando el ejército inglés construyó la contramuralla, también conocida como Falsa Braga.
En el siglo XVI la muralla tenía una longitud de cuatro kilómetros, según dejó escrito el historiador tarraconense Lluís Pons d'Icart. Su perímetro encerraba la ciudad desde la Part Alta, donde tuvo sus orígenes romanos, hasta la zona portuaria. Se sabe que un sector discurría por la actual calle Lleida.
La muralla se construyó en dos fases. La primera se inició en el a?o 217 a.C. -el ejército romano llegó en el 218 a.C.- y se prolongó hasta el a?o 197 a.C. La segunda fase implicó una considerable ampliación de su perímetro y las obras se efectuaron entre los a?os 150 y 125 a.C., aunque no todos los estudiosos coinciden con esta última datación cronológica.
Sólo el sector más elevado de la muralla ha permanecido en pie. Se trata del que cerraba la ciudad antigua por una zona donde difícilmente podía continuar. En el siglo XIX, la expansión urbanística de Tarragona hacia el exterior del recinto amurallado decidió a los gobernantes de la época a derribar los tramos que estaban situados por debajo de la Rambla Vella.
La muralla de Tarragona es la construcción romana más antigua de la Península Ibérica y uno de los escasos restos de época Republicana. Puede decirse que de este período es el mejor conservado. Su construcción coincide con la Segunda Guerra Púnica entre Roma y Cartago, que se prolongó entre los a?os 218 y 201 antes de Cristo.
Debe ponerse final al deterioro de la muralla. El último desprendimiento, ocurrido en noviembre de 2005, puso de manifiesto la necesidad de permeabilizar el monumento. Las futuras restauraciones deberían seguir un mismo patrón para no generar el puzzle de estilos y piedras que se observa en la actualidad.
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