7 de septiembre de 2008

Oviedo - Asturias

¿Qué cambia en la historia de Oviedo la fuente de la Rúa? (I)

http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008090700_31_673189__Oviedo-cambia-historia-Oviedo-fuente

La cronología romana de la fuente hallada hace apenas dos meses junto a la calle de la Rúa puede dar un vuelco total a lo que hasta ahora era la historia conocida del Oviedo urbano. No debiera sorprendernos que dentro del espacio que ocupara la urbe medieval, el delimitado por la muralla de Alfonso X, aparezcan unos restos arqueológicos de época romana. En el entorno de Oviedo ya eran conocidos testimonios de esa cronología y, en las dos últimas décadas, con la intensificación de las prospecciones arqueológicas, se han multiplicado.

Cuando a comienzos de los años setenta del pasado siglo, José Manuel González escribió el capítulo de la «Historia preurbana» para «El libro de Oviedo», señalaba que por el futuro emplazamiento de la capital asturiana había pasado una vía romana que comunicaba Asturica Augusta (Astorga) con Lucus Asturum (Lugo de Llanera). Este último lugar era por entonces uno de los yacimientos tópicos de lo romano en Asturias, donde ya desde el siglo XIX se venían produciendo hallazgos fortuitos y, desde luego, uno de los muy escasos núcleos asturianos mencionado en las fuentes documentales.

En los entornos de Oviedo, los restos de mayor entidad eran los de la villa de Paraxuga, descubiertos por el citado José Manuel González y excavados de urgencia antes de que quedaran enterrados definitivamente bajo el edificio de la Facultad de Medicina. En Paraxuga se constató la existencia de un establecimiento del siglo IV-V, que se puso en relación con la vía que atravesaba Oviedo. En época imprecisa se localizó en la iglesia de San Miguel de Liño una estela funeraria romana dedicada a un tal «Cesarón, hijo de Tábalo», y en un muro de contención cerca de la puerta de Santa María del Naranco otra estela dedicada a un personaje llamado Quinto Vendirico por su hijo Agedio. Estas dos estelas, junto con el hallazgo de restos de tégulas (la característica teja romana plana) y ladrillos, hizo suponer que en Liño había existido una villa romana. Otros restos imprecisos y la toponimia nos hablaban también de una notable romanización en la ladera del Naranco y en otras zonas del entorno de Oviedo.

Desde que José Manuel González escribiera el citado artículo hasta la actualidad, la arqueología vino a confirmar su buen ojo arqueológico. En Paredes (Lugones), donde también había señalado la existencia de una villa romana, se excavó hace unos años una necrópolis bajorromana, de la que parte aún se conserva en la zona de aparcamiento del centro comercial Parque Principado. El castro de Llagú, al sur de Oviedo, reveló que además de una potente y larga ocupación prerromana, también fue habitado en época romana, hasta mediado el siglo II. En Priañes, en términos del concejo de Oviedo, se localizaron los restos bastante arruinados de una villa romana con cronología en torno al siglo IV. El puente de Colloto, sobre el Nora, ya hace algún tiempo que se constató que su cronología original era también bajorromana. Posiblemente, el puente de Olloniego también sea en su construcción original de la misma época romana.

Fuera de los términos de Oviedo, pero dentro de la zona central articulada en torno a esa vía de Asturica a Lucus, los hallazgos han sido aún más importantes. Al ya viejo hallazgo de la villa Memorana en Vega del Ciego (Lena), de la que se recuperó un completo mosaico que se instaló en el Museo Arqueológico, y varios hallazgos de fines del siglo XIX en Ujo (Mieres), se vinieron a sumar en los últimos años otros yacimientos. Los hornos de fabricación de material de construcción de Venta del Gallo (Llanera), la excepcional y temprana villa de Valduno (Las Regueras); una larga ocupación en el territorio de Lucus Asturum, junto a la destruida y desaparecida iglesia de Lugo; la villa de Veranes, que, aunque conocida desde hacía tiempo, sólo en los últimos años se ha descubierto en toda su magnitud e importancia; la Campa Torres, posiblemente la ciudad prerromana de Noega, pero que fue ocupada por los romanos desde el momento mismo de la conquista, y donde debió de existir un faro romano, en forma de torre, como el de La Coruña. Y, por último, la ciudad de Gijón, cuyas murallas, termas, fábrica de salazones, y otros múltiples hallazgos, nos hablan de una ciudad de gran importancia en el norte hispano en los siglos bajorromanos.

Hay muchos más hallazgos (Beloño, Andallón, Bañugues...), pero no vamos a hacer ahora un mapa de la ocupación romana en Asturias. Hoy nadie con un mediano conocimiento de nuestra historia Antigua puede sostener que Asturias no fue romanizada intensa y extensamente. Clarín no podría empezar hoy su cuento Doña Berta tal y como lo hizo hace ya más de un siglo: «Hay un lugar en el Norte de España adonde no llegaron nunca ni los romanos ni los moros...».

Este largo discurso introductorio nos sirve para hacer ahora una pregunta: ¿Nunca aparecieron restos romanos en el solar del Oviedo medieval?

Y la respuesta es: sí. Pero no los quisimos ver o no los supimos interpretar. Máximo y Fromestano nos vendieron tan bien la historia de su presura de un Oviedo, yermo y deshabitado, que desde siempre se consideró imposible la existencia en ese lugar de otra presencia humana anterior al siglo VIII. En el Museo Arqueológico se conservan al menos dos hermosos capiteles corintios romanos y algún fuste de columna que se supone proceden del palacio de Alfonso III, y que pudieron ser efectivamente aprovechados para este edificio, pero que a la luz de lo que ahora conocemos pudieron ser tomados de alguna construcción romana preexistente en el mismo solar. Hay otro capitel del mismo estilo y procedencia, al parecer, en el Tabularium Artis Asturiensis. Más excepcional aún es el conocido como sarcófago de Ithacio, cuya tapa, labrada en mármol blanco, contiene diversos motivos vegetales y otros que entroncan con el mundo artístico bajorromano y cristiano de los siglos IV-V, y que se encuentra en el llamado Panteón de los Reyes de la capilla del Rey Casto, en la Catedral. Una tradición, que recogió José Cuesta en su pionera Guía de la catedral de Oviedo, y cuya antigüedad se desconoce, dice que en esta urna fueron trasladados los restos de Alfonso III a Oviedo desde Zamora.

Hace ya casi veinte años que en una «Historia de Asturias» (tomo 11 de la Enciclopedia Temática de Asturias), y en el capítulo referido al periodo del Reino de Asturias cuestionábamos la idea generalmente aceptada de que varios restos visigodos que se conservan en las iglesias de ese periodo hubieran sido traídos de fuera. «Resulta inconcebible la idea», escribíamos entonces, «de que tan pesadas piedras formasen parte del botín de las expediciones guerreras asturianas por territorio de la Meseta». Lo mismo podemos decir del valioso sarcófago de Ithacio. No hubo que traerlo de ningún sitio, muy posiblemente estaba allí al lado, junto a otros muchos restos escondidos bajo el subsuelo de la Catedral y de otros antiguos edificios, o que desaparecieron para siempre reaprovechadas sus piedras en otras vetustas construcciones. Debemos concluir en que no hemos sido finos en la apreciación de restos evidentes que teníamos ante nuestros ojos.

Pero volvamos ahora al engaño de Máximo y Fromestano. Está fuera de duda de que el documento que recoge el pacto monástico suscrito por el abad Fromestano y su sobrino Máximo, con Montano y los otros monjes, sobre la fundación por ellos del monasterio de San Vicente, es falso. Isabel Torrente ha puesto de relieve últimamente las incongruencias y anacronismos del mismo. Podemos seguir pensando que a mediados del siglo VIII, en 761 si queremos una cifra exacta, unos monjes se instalaron en el solar donde luego creció y se expandió el monasterio de San Vicente. Otros más lo hicieron en el solar de esa vieja colina, de cuyas fundaciones apenas si nos queda la mención del nombre de sus monasterios. Lo que hoy ya no se puede creer es que Máximo encontró aquel lugar desierto. El lugar, que según dice el documento llamaban «Oveto», no era «nemine posidente» (no poseído por nadie) como se dice en él. No era un solar desierto y lleno de maleza que con sus siervos fue desbrozando Máximo, algo había allí, y posiblemente muy importante, aunque en algún momento haya podido estar deshabitado.

En realidad, la evidencia ahora constatada de la existencia de un «Oveto» anterior a Alfonso II y a los otros reyes de la monarquía asturiana explica mejor o aclara el porqué de la elección de ese lugar como capital de su Reino. Y también la anterior decisión de su padre, Fruela I, de fundar allí una iglesia dedicada a San Salvador y vivir en ese lugar por algún tiempo, pues no se olvide que el futuro Alfonso II nació en Oviedo. Él mismo lo dice en el documento suscrito el 16 de noviembre de 812, por el que hizo a la Iglesia de Oviedo una generosa donación. Este documento, conocido en la bibliografía medieval como el «testamentum» de Alfonso II, no es más que eso, una donación por la que confirmaba la que anteriormente había otorgado su padre Fruela a la misma Iglesia, «para alcanzar perdón para él y el venidero para nosotros», muy posiblemente, como apunta Isabel Torrente, para alcanzar el perdón por el crimen cometido al haber matado con sus manos a su hermano Wimara, «por rivalidades en torno al reino», explicaba la Crónica Albeldense. Sin justificación ni fundamentación documental alguna, se sostiene por algunos que ese año de 812 fue el momento en el que se fundó o estableció la Corte de Oviedo, de lo que no hay ninguna mención en este testamentum, pese al discurso histórico que le precede.

Hay, en lo que estamos tratando dos conceptos que a veces se confunden y se solapan: 1) el establecimiento de una primera población de forma estable en el lugar que luego se llamaría Oviedo, y 2) la institución de ese lugar llamado Oviedo como sede del trono del Reino de Asturias por parte de Alfonso II. Pero de esto, nos ocupamos en el capítulo siguiente.

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