Lugares invisibles de la ciudad olvidada
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El origen prerromano de Valentia (la Tyris ibérica del poema de Avieno), propuesto ya por Gregorio Mayans en el XVIII, ha sido una de las cuestiones más polémicas a las que se ha enfrentado la historiografía valenciana en las últimas décadas.
La heurística ha aportado valiosos datos acerca del origen de la ciudad: textos literarios (Beuter, Escolano, Diago...), fuentes numismáticas, toponímicas, epigráficas, geomorfológicas..., pero han sido las modernas campañas y excavaciones arqueológicas de la necrópolis de la Boatella, Almoina, plaza de Nápoles y Sicilia, Baños del Almirante, Cortes Valencianas, cárcel de San Vicente, calle Ruaya..., las que han revolucionado el conocimiento que se tenía sobre nuestra primigenia historia urbana.
Aún así, poco sabemos de la fundación romana del oppidum valentino en el año 138 a. C., por el cónsul Junio Bruto («qui sub Viriatho militaverant...») en la parte alta de una pequeña terraza fluvial del Turia atravesada por la vía Heraclea y a medio camino entre Saguntum y Cartago Nova.
La arqueología ha confirmado la procedencia itálica de aquellos primeros pobladores, proveyéndonos de imprescindibles vestigios sobre sus espacios públicos, su hábitat, su cultura material, sus costumbres culinarias, sus hábitos y ritos funerarios.
Los investigadores nos han revelado paulatinamente las características morfológicas de aquella Valentia republicana e imperial, sus sistemas defensivos, su trama hipodámica, su imponente centro neurálgico o Foro, en la intersección de la kardus y decumanus maximus.
Las evidencias proporcionadas por los trabajos de campo se corroboran por el tratado del siglo I a.C. -De Architectura- que nos legó el arquitecto romano Marco Lucio Vitruvio en el que describe con detalle la arquitectura y el urbanismo de la polis romana, cuyo corazón late en esa monumental plaza rectangular rodeada de pórticos columnados, el Foro, auténtico nodo social, comercial y político.
En su entorno se erigirían los edificios más representativos, como la Basílica, el Erario, la Curia, la Cárcel, los templos, el Ninfeo o gran fuente pública y el mercado -macellum-, rodeado de tiendas -tabernae-.
Los hallazgos arqueológicos han posibilitado además localizar en la zona periforal diversos hábitats domésticos (domus o casas señoriales), con estructuras de opus quadratum, mosaicos, terracotas. un importante horreum o almacén, de al menos cuatro naves, las termas con sus salas -praefurnium, caldarium, tepidarium, apoditerium.- y el circo.
Porque la arqueología constituye la principal fuente documental para el estudio de nuestra ciudad en época romana -Valentia-, visigoda e islámica -Balansiya- pero también resulta enormemente esclarecedora para las etapas posteriores. Y de ahí la importancia de las excavaciones urbanas llevadas a cabo por el Servicio de Investigación Arqueológica Municipal, desde la aprobación en 1988 de las Áreas de Vigilancia Arqueológica, previstas por el PGOU.
La Valencia actual acumula en su subsuelo abundantes fragmentos de las estructuras urbanas y las arquitecturas de las sucesivas ciudades que la precedieron.
Desenterrar esos restos, supone pues recuperar y poner en valor singulares y olvidados paisajes históricos de su memoria antropológica, cuyo pasado evocan poetas y eruditos, y cuyas descripciones quedaron plasmadas para siempre en la cartografía antigua de la ciudad, de la que los arquitectos Herrera, Llopis, Martínez, Perdigón y Taberner realizaron una excelente recopilación.
Esenciales para el conocimiento de la evolución y el desarrollo urbanos les archives du sol, formulados por el francés Henri Galinié, permiten contemplar la ciudad como un único y predecible yacimiento arqueológico.
Y es que si importantes son las áreas cementeriales visigóticas y las primeras edilicias cristianas, no menos relevante resulta la arquitectura de época islámica, de la Madinat al-Turab, cuya muralla fue construida por el nieto de Almanzor Abd al-Aziz, tras el ataque berebere del año 1010.
El geógrafo musulmán al-Udzrí describe en el siglo XI aquel recinto fortificado de la Balansiya, con sus puentes y puertas: Bab al-Qantara -o puerta del Puente-, al-Warraq -de la Hoja-, Ibn Sajar, al-Xaria -de la Xerea-, al-Baytala -de la Boatella-, al-Qaysariya -de la Alcaicería- y al-Hanax -de la Culebra-.
Su texto nos facilita también importantes noticias sobre las hermosas fincas de recreo y jardines de la Zayda, Ruzafa, la Almunia de Abd al-Aziz (hoy Viveros), la Vila Nueva. con sus huertos y regadíos.
Pero la potencia y el interés de los depósitos arqueológicos de nuestra ciudad no finalizan tras la conquista cristiana, ya que desgraciadamente la destrucción del paisaje urbano perdurará hasta el siglo XX.
Han desaparecido los grandes jardines humanistas de la Lonja, del Arzobispo Ribera, del Infante D. Enrique de Aragón... Y también primero con la francesada (Palacio del Real...) y luego con la exclaustración, desaparecerán la inmensa mayoría de los conventos valencianos (San Francisco, Santa Clara...), de los colegios de Enseñanza, capillas de las Cofradías. cuyas trazas y huellas continúan invisibles bajo las modernas tramas urbanas.
Guerras, revoluciones, asonadas, incendios, expolios, operaciones especulativas... son las principales causas de esa mutilación masiva del paisaje y de la memoria histórica de nuestra milenaria ciudad.
Sin embargo, aún hoy, la arqueología nos brinda la oportunidad de desenterrar partes importantes de ese pasado (Palacio del Real...), de recuperar muchos de esos fragmentos ocultos (Plan de la Muralla Árabe...) y de restituir su memoria documental.
Valencia puede seguir el modelo de Florencia, Pisa... posibilitando un uso museístico y educativo de las ruinas, potenciando actuaciones como la del Museo de la Almoina e implementando nuevos planes de recuperación del patrimonio arqueológico, singular referencia identitaria y temporal, que permitan recomponer la riquísima herencia cultural que supone esa «ciudad olvidada».
31 de mayo de 2009
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