14 de noviembre de 2007

Madrid

Una exposición reunirá los yesos que mandó traer Carlos III de Herculano

http://www.abc.es/20071114/cultura-arqueologia/exposicion-reunira-yesos-mando_200711140246.html


«El mejor alcalde, el Rey», se decía de Carlos III, pero también se podría haber dicho «El mejor arqueólgo». Además de impulsar las excavaciones durante su estancia napolitana y después desde Madrid, el monarca vivía con pasión todo lo relativo al pasado romano de Pompeya. Por ello encargó, entre otras cosas, una copia en yeso de medio centenar de esculturas antiguas, entre bustos y piezas grandes. La mayor parte de ellos viajó a España en un buque, «El glorioso», en 1765, al cuidado de Camilo Padoni. Los yesos formarán parte de una gran exposición que prepara la Academia.

Las esculturas, que decoraron estancias importantes del Palacio del Buen Retiro, no fueron conocidas por los miembros de la Academia de Bellas Artes hasta publicado el libro de Antigüedades de Herculano que Carlos III editó concienzudamente durante años. El hecho es que, tras su publicación, los académicos pidieron los yesos al monarca y el rey tuvo la generosidad de legárselos en 1776. La confección del monumental libro, cuyos volúmenes iban apareciendo al pasar los años, demuestra una constantes dedicación de Carlos III al pasado de la ciudad tragada por la lava. Intervino en las ilustraciones, la tipografía y todos los detalles. El material le llegaba quincenalmente en un correo especial que, a lo largo de los años, vivió de todo, incluso la caída de los documentos que portaba en algún río.

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La Dr. Dª Alicia M. Canto (U.A.M.) hizo las siguientes observaciones tras la publicación de este articulo:


Es curiosa la fama de "rey arqueólogo" de la que disfruta Carlos III, como de la de "mejor alcalde de Madrid". El monarca del que se ha dicho con razón que es "el rey mejor “protegido” por la legión militante de sus
partidarios, en vida y después", y que "el almacenamiento de incienso en el altar de Carlos III, que empezó ya en vida del rey, continúa todavía" (http://es.geocities.com/gomez_urdanez/textos/olavide.pdf), en realidad no soportaba esta ciudad, y pasaba en ella el menor tiempo posible.

Del mismo modo, sus excavaciones en las ciudades del Vesuvio fueron pensadas y desarrolladas como una inversión económica personal, sin el menor interés por la arqueología como ciencia o como patrimonio cultural, mientras los volúmenes de las 'Antigüedades de Herculano' se originaron en las láminas que se hacía
dibujar y enviar a Madrid, por no poder seguir él ya los hallazgos; láminas que, como él mismo dice en su correspondencia, guardaba celosamente en secreto para sí mismo, hasta que ya no fue posible por el número y la calidad de los hallazgos.

Paradójicamente, las medidas legales y de política cultural para la estimulación de la Arqueología y del patrimonio histórico español no se debieron a Carlos III, sino a su hijo y sucesor en España, el denostado Carlos IV, junto a su ministro Godoy, bajo la convicción -ésta sí realmente ilustrada y moderna- de
que tenían que servir principalmente al disfrute e instrucción del pueblo, con la novedad de proteger también las antigüedades árabes y hebreas, que venían siendo objeto en España durante siglos de una destrucción sistemática. Entre otras muchas acciones, es a Carlos IV, en efecto, a quien se debe, el 6 de julio de 1803, la "REAL CÉDULA... POR LA QUAL DE APRUEBA Y MANDA OBSERVAR LA INSTRUCCIÓN FORMADA POR LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA SOBRE EL MODO DE RECOGER Y CONSERVAR LOS MONUMENTOS ANTIGUOS DESCUBIERTOS Ó QUE SE DESCUBRAN EN EL REYNO", de instructiva lectura
(http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01394908633793734978802/p000/0001.htm
)


A diferencia de su padre Carlos III, quien, a pesar de su buena fama, en realidad sólo dedicó su mecenazgo a las ciudades vesuvianas, combinando inversión privada y diversión personal con una preferencia exclusiva sobre lo más clásico y estético, Carlos IV y Godoy protegieron las antigüedades españolas sin distinción de épocas o de culturas, y por su valor arqueológico e histórico, esto es, por primera vez con un sentido plenamente ilustrado y moderno.

Por ejemplo, será para muchos una sorpresa saber que el famoso “Voyage Pittoresque de l’Espagne” de Alexandre de Laborde, no fue en sus orígenes una empresa francesa, como se viene y sigue creyendo, sino española y bajo la directa protección del Príncipe de la Paz, como reconocía el hispano-francés (el padre de Laborde era natural de Jaca) en la portada y el prólogo de la primera edición de 1806, convenientemente retirados y sustituídos junto con el bello grabado de Godoy que le servía de apertura, tras la caída del favorito.

Sin embargo, Carlos IV, como Godoy, vio enterrada y olvidada toda su labor arqueológica, mucho más ambiciosa y de más alcance que la habitualmente conocida y reconocida, al ser ambos arrastrados por el vendaval de la política y por una doble y duradera campaña de desprestigio, tanto de Napoleón como de Fernando VII.

Como bien dice el refrán, "así se escribe la Historia"... Permítaseme entonces que al menos hoy, al hilo de esta noticia, rompa esta pequeña lanza por ellos.


P.D.- Transcribo, por si interesara a alguien ver a Carlos III desde otra óptica, un resumen breve, de 2001, de cómo llegó a ser denominado "el rey arqueólogo" e incluso -en esta ocasión- "el mejor arqueólogo":

"Este periodo arqueológico napolitano del rey, de 1738 hasta 1759, es uno de los más conocidos y analizados de este monarca. Las excavaciones regulares en Herculano (la moderna Resina) comenzaron a mediados de octubre de 1738, con sólo dos o tres obreros. Pero ya en su intención inicial se aprecia que no interesaba
tanto en ellas el valor propiamente científico o histórico, como a veces nuestros historiadores insisten en creer, sino el mero hallazgo de piezas notables. En este sentido, me parece útil reproducir estas frases de la Real Instrucción que las autorizó, el día 13 del mes citado: «... Prevengo a V.S. de Orden del Rey... a continuar la excavación de las grutas o ruinas del antiguo consabido templo que V.S. mismo [scil., Medrano] entró a reconocer, para ver si se encuentran algunos mármoles, estatuas o piedras de algún provecho, disponiendo se saquen todas las piedras de alguna utilidad o grandeza... que no se pierda tiempo en excavaciones inútiles, y previniéndole vaya dando cuenta de lo que se fuere descubriendo y encontrando, para que cuando no resulte provecho alguno se abandone esta obra si se reconociere inútil...».

Está claro, pues, que sus fines los presidía el pragmatismo, y por tanto que se movían aún bastante lejos de lo que podríamos entender como «ilustración». Se trataba de una inversión más en obras de arte para la corona, de «encontrar alhajas», aunque no más ni menos que en la línea de casi todas las colecciones
pontificias, reales o aristocráticas que se habían ido formando por toda Europa desde el siglo XVI. Un testimonio del propio soberano, y muy posterior, confirma a mi juicio paladinamente este principio de rentabilidad económica, cuando felicita ya desde Madrid por carta, en 1760, a su mano derecha en Nápoles,
Bernardo Tanucci: «...me alegro... del cómputo que hiciste, paseándote por el Museo, de lo gastado hasta ahora, y del valor de lo hallado...». Las excavaciones (que, en palabras del propio rey, «eran una de sus mayores diversiones»), dirigidas hasta su muerte por el ingeniero militar aragonés Roque Joaquín de Alcubierre, se ampliaron y enriquecieron con el descubrimiento de Pompeya en 1748, y el de Stabia en 1750. Impresionantes hallazgos, como las estatuas ecuestres de los Nonios Balbos, llevaron a extender en los años
siguientes las exploraciones, tentativas y sin continuidad, por todo el golfo de Nápoles, a Sorrento, Pozzuoli, Cumas, Fusaro, Boscotrecase, Baia o Capri, hasta descubrir otra famosísima ciudad, griega esta vez, la célebre Paestum, al S de Nápoles. Los trabajos de estudio y publicación se hacen además bajo la inspiración del famoso fundador de la Arqueología Clásica, Johann Joachim Winckelmann, a través de su amigo el pintor Anton Raphael Mengs, a quien el rey mantenía junto a sí en Nápoles.

Así se reunió en Nápoles, en efecto, laque Guerra de la Vega considera, exceptuadas las pontificias, como «la más fabulosa colección de esculturas, vasos, pinturas y mosaicos del arte griego y romano de la península itálica». La cada vez más enorme colección de antigüedades llevó a la creación en el vecino Portici de un «Museo Herculanense» o «Borbonico», pavimentado con los propios mosaicos romanos. El célebre Abate de Saint-Non, en sus volúmenes del Viaje pintoresco de Nápoles, nos dejó una excelente reacreación del ambiente arqueológico que allí se respiraba. Como detalle favorable, y a diferencia de la mayoría de las colecciones reales europeas, buena parte de él era visitable, si bien, como ha destacado Represa, sólo se autorizaba a ello a la nobleza de sangre y a la aristocracia cultural y, aún así, hasta 1775 estuvo prohibido por completo, incluso para tales visitantes ilustres, el realizar dibujos o croquis y el tomar notas, lo que motivaba el disgusto de muchos, por ejemplo el de Winckelmann.

El tamaño y lujo de los muchos volúmenes que se publicaron hacía su difusión limitadísima. Concretamente, los tomos de Le Antichità di Ercolano, según R. Guerra de la Vega, «fueron concebidos como de uso particular del monarca... sin embargo, la propia dinámica de la ejecución de los grabados, con la
multiplicidad de personas que intervenían en el proceso, hizo imposible el mantenimiento del secreto...». En efecto, en varias de las cartas que he consultado el rey acusa recibo de las láminas según se van acabando y
enviándosele a Madrid para su conocimiento previo, y alguna vez confirma tanto la reserva sobre las mismas (algunas de un subido tono) como el placer que le producen, y la causa de éste: «...y así éstos como todos los otros (dibujos) que me envía (Paderni) no salen de mi poder, y puedes creer el gusto que me causan, ya que Dios no quiere que yo pueda ver esas cosas de otro modo...».

En definitiva, el conjunto de la acción directa en Nápoles del futuro Carlos III durante más de veinte años, en los que consiguió, según afirma el filólogo italiano M. Gigante en 1985, cumplir a la vez los roles de «mecenas, proyectista, excavador, custodio y publicador», le valió cumplidamente el apelativo que R. Herbig le dedicó en 1960 de «rey arqueólogo». Gigante reasume así el juicio de C. Justi, el biógrafo de Winckelmann, expresado en 1872, de que «sin el Borbón no habrían tenido lugar las excavaciones... Le debemos el descubrimiento, la excavación, la conservación y la publicación de las ciudades enterradas, y el gran museo que de todo ello se derivó».

Pero baste lo ya esbozado sobre su constante actividad arqueológica italiana en la que imagino debió de ser la época más feliz de su vida. Considerado Carlos III como un modelo, en el campo de la cultura europea en marcha y más en particular en la afición por la Arqueología Clásica, creo que su segundo hijo y heredero, el futuro Carlos IV, no pudo tener otro más completo que su padre. El infante Don Carlos vino al mundo, en noviembre de 1748, en pleno «palazzo dei Portici», en el que para entonces ya se exhibían, en patios, jardines, salones, cámaras privadas y vitrinas, las muchas bellezas salidas de las excavaciones. De forma que los primeros once años de la vida del infante D. Carlos transcurrieron entre mármoles, inscripciones, mosaicos y bronces, y viendo afanarse a anticuarios, restauradores, dibujantes y grabadores.

Sin embargo, cuando Carlos III vino para reinar en España, a fines de 1759, no se decidió, por la razón que fuera, a agrupar, encauzar, financiar o hasta liderar, como sí lo había hecho en Italia, los intereses y esfuerzos ya existentes en favor de la Arqueología nacional. Viajes, bibliotecas y colecciones recibieron en cambio su protección, aunque cabe anotar que se aprecia en conjunto que sólo moderadamente. A la hora del balance con respecto a la Arqueología, creo que se puede afirmar que el tan bien acreditado Carlos III (hasta el punto de haber eclipsado a sus dos antecesores y a su sucesor) no tenía una conciencia «ilustrada» de la cultura, ni en comparación con otros aspectos de su buen gobierno, ni tan clara como se veremos en el reinado de su
hijo, al menos en los plano legislativos y prácticos. Concebía aún el mecenazgo arqueológico como una actividad cuyo desarrollo y resultados eran privativos de la Corona o, como mucho, de las clases más selectas y, en todo caso, nada vio en la Arqueología española que llamara su real atención."

Procede de:
http://dialnet.unirioja.es/servlet/libro?codigo=267634

http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=2168673&info=resumen
El catálogo: http://www.tiemposmodernos.org/novedad2.htm

1 comentario:

  1. Anónimo9:23 p. m.

    La Dra Canto ha fallado ya en otras ocasiones. Creo que se debería esperar a que otros expertos lo certifiquen.

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