Descubren junto a Palat del Rey los restos de un taller del siglo I
El yacimiento consta de tres estancias, una de ellas con restos de pintura, y dos pasillos
La excavación esconde además vestigios del campamento romano de la Legio VI Sus obras y sus nombres han perdurado durante viente siglos, aunque eran unos «chapuceros»
Una excavación junto a Palat del Rey ha sacado a la luz uno de los talleres del campamento romano de la Legio VII. El arqueólogo municipal, Victorino García Marcos, ha explicado que no hay ninguna duda del hallazgo puesto que se encuentra en la zona de las fabricae romanas.
Los trabajos, que se han prolongado durante un periodo de dos meses y medio, descubrieron en cotas superiores tumbas medievales y restos de una calzada tardorromana. Finalmente, el arqueólogo Fernando Mu?oz Villarejo llegó hasta este taller cuya finalidad se desconoce al no haberse encontrado resto alguno que pueda desvelar el oficio para el que estuvo destinado.
Emplazamiento sur
No obstante, los expertos han llegado a la conclusión de que se trata de un taller debido principalmente a dos factores: se ha conseguido documentar el horno, y está en la zona de las fabricae, junto a la porta praetoria en una ubicación sur que evitaba que los vientos del norte y noroeste empujaran los humos hacia el interior del campamento.
Se trata del segundo yacimiento de estas características que se descubre en la ciudad y que sigue al que salió a la luz en la calle Plegarias. En aquella ocasión, se trataba de una fábrica de metalurgia, puesto que se encontraron restos de escoria, y se encontraba extramuros, si bien también junto a la puerta del pretorio. Los arqueólogos consideran que, junto al taller ahora descubierto pudo haber habido barracones.
Los vestigios (tan sólo una peque?a parte del taller) constan de tres estancias -una de ellas con restos de pintura y otra en la que se distinguen los vanos del horno- y dos pasillos.
Otro de los descubrimientos es el de una serie de agujeros en el suelo que son los restos de parte de la construcción del campamento augusteo de la Legio VI.
En época tardorromana, el taller se selló bajo metro y medio de ceniza y sobre él se construyó un espacio empedrado en consonancia con la construcción de la muralla. Además, en esta misma excavación se ha descubierto un pozo que puede ser el que dió nombre a la calle que hasta ahora ha escondido el yacimiento. Sus obras y sus nombres han sobrevivido veinte siglos, a pesar de que eran pésimos profesionales. Un extra?o caso en el que la historia ha dejado que triunfen tres personajes seguramente anónimos en su época; además de tres mediocres.
Sus vasijas, fabricadas a miles, eran la mejor prueba de su deficiente formación como alfareros. Modelaban mal y cocían peor. Sin embargo, fueron pioneros. Sus vajillas abastecían a las tropas acantonadas en el campamento romano que daría lugar a la ciudad de León -la Legio VI-. Se llamaban Cayo Licinio Maximo,
L. M. Gem y Caliga -que ocultaba su auténtico nombre y firmaba con la suela de una sandalia (caliga)-. Sus objetos no se aproximaban a la calidad que ya por entonces había dado fama a las vajillas procedentes de Itálica.
Los tres artesanos, contemporáneos entre sí y supuestamente rivales, abastecían no sólo a los legionarios, sino a la cada vez más numerosa población civil -instalada en la cannaba-, que posiblemente, en la época de la Legio VII rondaría los 10.000 habitantes. Una excavación fortuita hace tres a?os en la calle Abadía permitía localizar la cerámica romana decorada a molde ( sigilata ) más antigua de la Península. Su autor era Cayo Licinio.
Los tres alfareros leoneses, cuyas piezas son muy conocidas por los arqueólogos, dada su abundancia en el subsuelo de la ciudad, imitaban con escaso éxito las vajillas de Italia y Francia.
Gracias sobre todo a la espectacular producción de Cayo Licinio los arqueólogos han podido poner límites a la cannaba, al menos en la zona occidental.
Se sabe por sus piezas que la población civil se extendría hasta el solar que ocupa el actual hotel Conde Luna. Habría otro núcleo de población civil en la zona oriental de la ciudad, donde hoy se asienta la iglesia de San Lorenzo, bajo la cual aparecieron hace tiempo restos de unas peque?as termas. Los talleres de los artesanos estarían estratégicamente ubicados teniendo en cuenta los vientos predominantes, de forma que nunca los alfareros pudieran ahumar con sus hornos a los soldados. Con seguridad fabricarían todo tipo de objetos cotidianos: desde caccabi (ollas) a mortaria (cuencos poco profundos), catillus y patinas (platos), opercula (tapaderas), amphorae (jarras) y calices (copas).
Los trabajos, que se han prolongado durante un periodo de dos meses y medio, descubrieron en cotas superiores tumbas medievales y restos de una calzada tardorromana. Finalmente, el arqueólogo Fernando Mu?oz Villarejo llegó hasta este taller cuya finalidad se desconoce al no haberse encontrado resto alguno que pueda desvelar el oficio para el que estuvo destinado.
Emplazamiento sur
No obstante, los expertos han llegado a la conclusión de que se trata de un taller debido principalmente a dos factores: se ha conseguido documentar el horno, y está en la zona de las fabricae, junto a la porta praetoria en una ubicación sur que evitaba que los vientos del norte y noroeste empujaran los humos hacia el interior del campamento.
Se trata del segundo yacimiento de estas características que se descubre en la ciudad y que sigue al que salió a la luz en la calle Plegarias. En aquella ocasión, se trataba de una fábrica de metalurgia, puesto que se encontraron restos de escoria, y se encontraba extramuros, si bien también junto a la puerta del pretorio. Los arqueólogos consideran que, junto al taller ahora descubierto pudo haber habido barracones.
Los vestigios (tan sólo una peque?a parte del taller) constan de tres estancias -una de ellas con restos de pintura y otra en la que se distinguen los vanos del horno- y dos pasillos.
Otro de los descubrimientos es el de una serie de agujeros en el suelo que son los restos de parte de la construcción del campamento augusteo de la Legio VI.
En época tardorromana, el taller se selló bajo metro y medio de ceniza y sobre él se construyó un espacio empedrado en consonancia con la construcción de la muralla. Además, en esta misma excavación se ha descubierto un pozo que puede ser el que dió nombre a la calle que hasta ahora ha escondido el yacimiento. Sus obras y sus nombres han sobrevivido veinte siglos, a pesar de que eran pésimos profesionales. Un extra?o caso en el que la historia ha dejado que triunfen tres personajes seguramente anónimos en su época; además de tres mediocres.
Sus vasijas, fabricadas a miles, eran la mejor prueba de su deficiente formación como alfareros. Modelaban mal y cocían peor. Sin embargo, fueron pioneros. Sus vajillas abastecían a las tropas acantonadas en el campamento romano que daría lugar a la ciudad de León -la Legio VI-. Se llamaban Cayo Licinio Maximo,
L. M. Gem y Caliga -que ocultaba su auténtico nombre y firmaba con la suela de una sandalia (caliga)-. Sus objetos no se aproximaban a la calidad que ya por entonces había dado fama a las vajillas procedentes de Itálica.
Los tres artesanos, contemporáneos entre sí y supuestamente rivales, abastecían no sólo a los legionarios, sino a la cada vez más numerosa población civil -instalada en la cannaba-, que posiblemente, en la época de la Legio VII rondaría los 10.000 habitantes. Una excavación fortuita hace tres a?os en la calle Abadía permitía localizar la cerámica romana decorada a molde ( sigilata ) más antigua de la Península. Su autor era Cayo Licinio.
Los tres alfareros leoneses, cuyas piezas son muy conocidas por los arqueólogos, dada su abundancia en el subsuelo de la ciudad, imitaban con escaso éxito las vajillas de Italia y Francia.
Gracias sobre todo a la espectacular producción de Cayo Licinio los arqueólogos han podido poner límites a la cannaba, al menos en la zona occidental.
Se sabe por sus piezas que la población civil se extendría hasta el solar que ocupa el actual hotel Conde Luna. Habría otro núcleo de población civil en la zona oriental de la ciudad, donde hoy se asienta la iglesia de San Lorenzo, bajo la cual aparecieron hace tiempo restos de unas peque?as termas. Los talleres de los artesanos estarían estratégicamente ubicados teniendo en cuenta los vientos predominantes, de forma que nunca los alfareros pudieran ahumar con sus hornos a los soldados. Con seguridad fabricarían todo tipo de objetos cotidianos: desde caccabi (ollas) a mortaria (cuencos poco profundos), catillus y patinas (platos), opercula (tapaderas), amphorae (jarras) y calices (copas).
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