César Augusto, fundador de Santander
JOAQUÍN GONZÁLEZ ECHEGARAY / JOSÉ LUIS CASADO SOTO
Ha tardado más de dos mil a?os, pero por fin regresa a la ciudad quien la fundara hace todo ese tiempo, nada menos que el primer emperador de Roma, César Augusto. Evidentemente, no lo hace en persona, sino en efigie; pero bajo la forma y representación más imponente y ajustada al hecho que rememoramos, el origen de la ciudad de Santander. En esta ocasión, viene para quedarse como referente y soporte de la memoria de sus habitantes.
El inteligente militar y hábil político que diera fin a la República romana y fundara el Principado y el Imperio, utilizó con astucia y eficacia la fama lograda mediante sus triunfos militares para orquestar una imponente campa?a de propaganda que justificara el blando golpe de estado que llevaría a la divinización de su persona, con el gran argumento de haber logrado la pax romana.
Tres hechos guerreros coincidieron en los a?os en que tales acontecimientos tenían lugar, la represión de los galos inquietos, la pacificación de las fronteras de Siria y la guerra en los confines septentrionales de Hispania contra las últimas tribus que ofrecían resistencia al yugo de Roma, astures y cántabros. De todas estas contiendas la más difícil y comprometida fue la re?ida en el norte de la Península Ibérica, conflicto que obligó a la presencia física del propio Octavio en el teatro de las operaciones.
Al a?o siguiente de lograr que el Senado le atribuyera el imperium proconsulare, es decir, el poder absoluto en las tres provincias donde se concentra el mayor número de tropas (Hispania, Galia y Siria) y recibir el título religioso de Augusto, se personó en el teatro de las guerras cántabras, donde permaneció dos a?os (26 a 24 antes de Cristo), en el primero de los cuales se autotituló también 'imperator' en exclusiva
No es este el lugar donde describir la cruel sucesión de encuentros, sometimientos, rebeliones y tremenda represión que tuvieron lugar entre los a?os 29 y el 19 a. C., con el resultado de que los cántabros fueran dome?ados definitivamente y su territorio incorporado de lleno al imperio de los hombres venidos del Mediterráneo.
Fue precisamente en ese tiempo cuando se fecha por los especialistas la supuesta estatua de bronce que sirvió de modelo a la que nos ocupa. El emperador aparece en la cumbre de su poder, como general que arenga a las tropas. Tenía 43 a?os y un dominio más completo que el detentado por ninguno de los mandatarios anteriores sobre la urbe del lacio.
La escultura que ha llegado a nosotros al parecer es una copia en mármol de aquella posible original de bronce, mandada hacer por la viuda de Augusto, fallecido a los 73 a?os de edad en el a?o 14, ya que no lleva las características botas militares hasta media ca?a, sino que aparece descalzo, como el resto de los emperadores divinizados tras la muerte. La preciosa pieza original de tradición helenística actualmente se conserva en los Museos Vaticanos.
Pero lo importante para Santander y para Cantabria reside en la decoración simbólica que adorna la coraza, ya que está llena de alusiones a las guerras cántabras, motivo destacado del ambicioso programa propagandístico puesto en marcha por el emperador y sus hombres. La idea central y básica era la del logro de la paz tras aplastar a los rebeldes y recuperar el orgullo que había sido humillado por ellos en batallas donde las legiones perdieron sus insignias.
Los elementos simbólicos están ordenados sobre el peto de la coraza en tres franjas paralelas dispuestas horizontalmente. Entre los dioses que representan al cielo y a la tierra, que ocupan las franjas superior e inferior, está el verdadero mensaje victorioso, mostrado a través de tres escenas. La de la izquierda del espectador consiste en una figura sentada y de aspecto abatido, con el rostro sobre la mano izquierda, mientras que la derecha hace el gesto de entregar la espada, un gladius hispanicus, lo que la identifica, sin lugar a dudas, como el fin de la conquista de Hispania, es decir, con el hecho del sometimiento de los cántabros y su inserción en el nuevo orden romano. La escena de la derecha consiste en una mujer sentada con la conocida trompeta gala en una mano y en la otra un pu?al, junto a la que también se representa un animal toténico, todo ello alude inequívocamente a la pacificación de la Galia.
El centro del pecho está ocupado por la escena más compleja de las tres, protagonizada por un bárbaro que devuelve a un soldado romano las insignias de las legiones. Se ha querido interpretar esta representación vinculándola con el hecho concreto de la devolución de trofeos perdidos por Marco Antonio frente a los partos en el 36 antes de Cristo, pero también puede aludir a las probablemente arrebatadas por los cántabros a la legión Augusta, poco antes de la derrota final, según Schulten. No debe olvidarse que las referencias simbólicas, más que centrarse en hechos concretos aluden a los mismos de forma general. Sea como fuere, el hecho cierto es que los soldados y el pueblo romano interpretaban como la mayor ignonimia el perder las águilas sagradas tras las que iban al combate. De ahí el énfasis de Augusto en resaltar en la parte más destacada del su coraza de general el desagravio que suponía la recuperación de las mismas, devolviendo el honor perdido a la ciudad de Roma.
Todavía en el espaldar de la coraza se localiza otra representación en ligero bajorrelieve de un triunfo bélico, en forma de monumento confeccionado con las armas de los vencidos, imagen también relacionada por algunos autores con las guerras cántabras.
No se limitó el primer emperador a representar en su indumentaria la justificación del poder conseguido, antes bien, los historiadores y literatos contemporáneos exaltaron de mil maneras su figura, aludiendo con frecuencia a los méritos adquiridos con el logro de la pacificación de los cántabros. A todo lo cual habría que a?adir la pervivencia en el territorio de Cantabria de dos hechos físicos bien notables. Uno se encuentra en los vestigios de lo que fuera la capital de la región, Julióbriga, a la que puso orgulloso el nombre de su familia: Julia. El otro es Santander, puerto y enclave urbano dependiente de aquella, al que dio nombre con que recordar el triunfo sobre el pueblo rebelde y a la diosa que lo propició: Puerto de la Victoria.
Los santanderinos y cuantos visiten la ciudad tienen aún durante unas pocas semanas la oportunidad de conocer personalmente, no sólo la preciosa escultura de Augusto, sino también como era aquel puerto por él fundado hace dos mil a?os y cómo vivían sus habitantes. Y podrán también seguir el hilo de la historia de esta ciudad a lo largo de sus dos milenios de existencia, desde los aguerridos marinos que conquistaron Sevilla a los almohades y los fabricantes de los galeones con que Espa?a dominó al mundo, hasta los hábiles comerciantes coloniales que convirtieran a este puerto en el primero del país. Todo ello está esperando a los que se atrevan a emprender la aventura que supone la estimulante visita a la exposición 'Santander en el Tiempo', montada en el Palacio de Exposiciones, junto al campo del Racing. Será una lástima el perder la oportunidad excepcional de disfrutar de una memoria tan rica como la que atesora esta ciudad.
El inteligente militar y hábil político que diera fin a la República romana y fundara el Principado y el Imperio, utilizó con astucia y eficacia la fama lograda mediante sus triunfos militares para orquestar una imponente campa?a de propaganda que justificara el blando golpe de estado que llevaría a la divinización de su persona, con el gran argumento de haber logrado la pax romana.
Tres hechos guerreros coincidieron en los a?os en que tales acontecimientos tenían lugar, la represión de los galos inquietos, la pacificación de las fronteras de Siria y la guerra en los confines septentrionales de Hispania contra las últimas tribus que ofrecían resistencia al yugo de Roma, astures y cántabros. De todas estas contiendas la más difícil y comprometida fue la re?ida en el norte de la Península Ibérica, conflicto que obligó a la presencia física del propio Octavio en el teatro de las operaciones.
Al a?o siguiente de lograr que el Senado le atribuyera el imperium proconsulare, es decir, el poder absoluto en las tres provincias donde se concentra el mayor número de tropas (Hispania, Galia y Siria) y recibir el título religioso de Augusto, se personó en el teatro de las guerras cántabras, donde permaneció dos a?os (26 a 24 antes de Cristo), en el primero de los cuales se autotituló también 'imperator' en exclusiva
No es este el lugar donde describir la cruel sucesión de encuentros, sometimientos, rebeliones y tremenda represión que tuvieron lugar entre los a?os 29 y el 19 a. C., con el resultado de que los cántabros fueran dome?ados definitivamente y su territorio incorporado de lleno al imperio de los hombres venidos del Mediterráneo.
Fue precisamente en ese tiempo cuando se fecha por los especialistas la supuesta estatua de bronce que sirvió de modelo a la que nos ocupa. El emperador aparece en la cumbre de su poder, como general que arenga a las tropas. Tenía 43 a?os y un dominio más completo que el detentado por ninguno de los mandatarios anteriores sobre la urbe del lacio.
La escultura que ha llegado a nosotros al parecer es una copia en mármol de aquella posible original de bronce, mandada hacer por la viuda de Augusto, fallecido a los 73 a?os de edad en el a?o 14, ya que no lleva las características botas militares hasta media ca?a, sino que aparece descalzo, como el resto de los emperadores divinizados tras la muerte. La preciosa pieza original de tradición helenística actualmente se conserva en los Museos Vaticanos.
Pero lo importante para Santander y para Cantabria reside en la decoración simbólica que adorna la coraza, ya que está llena de alusiones a las guerras cántabras, motivo destacado del ambicioso programa propagandístico puesto en marcha por el emperador y sus hombres. La idea central y básica era la del logro de la paz tras aplastar a los rebeldes y recuperar el orgullo que había sido humillado por ellos en batallas donde las legiones perdieron sus insignias.
Los elementos simbólicos están ordenados sobre el peto de la coraza en tres franjas paralelas dispuestas horizontalmente. Entre los dioses que representan al cielo y a la tierra, que ocupan las franjas superior e inferior, está el verdadero mensaje victorioso, mostrado a través de tres escenas. La de la izquierda del espectador consiste en una figura sentada y de aspecto abatido, con el rostro sobre la mano izquierda, mientras que la derecha hace el gesto de entregar la espada, un gladius hispanicus, lo que la identifica, sin lugar a dudas, como el fin de la conquista de Hispania, es decir, con el hecho del sometimiento de los cántabros y su inserción en el nuevo orden romano. La escena de la derecha consiste en una mujer sentada con la conocida trompeta gala en una mano y en la otra un pu?al, junto a la que también se representa un animal toténico, todo ello alude inequívocamente a la pacificación de la Galia.
El centro del pecho está ocupado por la escena más compleja de las tres, protagonizada por un bárbaro que devuelve a un soldado romano las insignias de las legiones. Se ha querido interpretar esta representación vinculándola con el hecho concreto de la devolución de trofeos perdidos por Marco Antonio frente a los partos en el 36 antes de Cristo, pero también puede aludir a las probablemente arrebatadas por los cántabros a la legión Augusta, poco antes de la derrota final, según Schulten. No debe olvidarse que las referencias simbólicas, más que centrarse en hechos concretos aluden a los mismos de forma general. Sea como fuere, el hecho cierto es que los soldados y el pueblo romano interpretaban como la mayor ignonimia el perder las águilas sagradas tras las que iban al combate. De ahí el énfasis de Augusto en resaltar en la parte más destacada del su coraza de general el desagravio que suponía la recuperación de las mismas, devolviendo el honor perdido a la ciudad de Roma.
Todavía en el espaldar de la coraza se localiza otra representación en ligero bajorrelieve de un triunfo bélico, en forma de monumento confeccionado con las armas de los vencidos, imagen también relacionada por algunos autores con las guerras cántabras.
No se limitó el primer emperador a representar en su indumentaria la justificación del poder conseguido, antes bien, los historiadores y literatos contemporáneos exaltaron de mil maneras su figura, aludiendo con frecuencia a los méritos adquiridos con el logro de la pacificación de los cántabros. A todo lo cual habría que a?adir la pervivencia en el territorio de Cantabria de dos hechos físicos bien notables. Uno se encuentra en los vestigios de lo que fuera la capital de la región, Julióbriga, a la que puso orgulloso el nombre de su familia: Julia. El otro es Santander, puerto y enclave urbano dependiente de aquella, al que dio nombre con que recordar el triunfo sobre el pueblo rebelde y a la diosa que lo propició: Puerto de la Victoria.
Los santanderinos y cuantos visiten la ciudad tienen aún durante unas pocas semanas la oportunidad de conocer personalmente, no sólo la preciosa escultura de Augusto, sino también como era aquel puerto por él fundado hace dos mil a?os y cómo vivían sus habitantes. Y podrán también seguir el hilo de la historia de esta ciudad a lo largo de sus dos milenios de existencia, desde los aguerridos marinos que conquistaron Sevilla a los almohades y los fabricantes de los galeones con que Espa?a dominó al mundo, hasta los hábiles comerciantes coloniales que convirtieran a este puerto en el primero del país. Todo ello está esperando a los que se atrevan a emprender la aventura que supone la estimulante visita a la exposición 'Santander en el Tiempo', montada en el Palacio de Exposiciones, junto al campo del Racing. Será una lástima el perder la oportunidad excepcional de disfrutar de una memoria tan rica como la que atesora esta ciudad.
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