8 de septiembre de 2008

Oviedo - Asturias

¿Qué cambia en la historia de Oviedo la fuente de la Rúa? (y II)

http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=2008090800_31_673225__Oviedo-cambia-historia-Oviedo-fuente

En un momento indeterminado, unos primeros habitantes se instalaron en el solar de lo que fue el Oviedo medieval, y esa primera presencia se mantuvo de forma ininterrumpida hasta consolidar un poblamiento estable, cuyas características urbanas desconocemos totalmente. El hallazgo de la fuente de la Rúa nos viene a decir que eso se produjo, al menos, en el siglo IV de nuestra era.

La entidad del hallazgo, una fuente con cierto carácter monumental, invita a pensar que no fue construida en un descampado, sino que en su entorno había una cierta población que demandaba el servicio que ella prestaba, ya fuera el mero aprovisionamiento de agua o una función religiosa como posible «ninfeo». Vamos a tratar de aclarar mínimamente lo que significa esta palabra, que en estos días se ha repetido más de una vez en boca de arqueólogos e historiadores, pero que para el público en general, incluso para los más ilustrados, es posible que no diga mucho. Un «ninfeo» era un lugar natural o artificial donde existía una fuente y en el que se podía recibir a través del agua las benéficas influencias de las Ninfas. Había «ninfeos» en rincones naturales, como las cuevas, y otros construidos en ciudades, imitando en cierto modo las formas naturales por medio de cúpulas y bóvedas de cañón, como la de la Foncalada, y fuentes adornadas incluso con mosaicos y estatuas, y varios estanques. Nuestras Xanas y fuentes de las Xanas, serían la versión asturianizada de las Ninfas y los «ninfeos».

Que una fuente romana, de mayor o menor monumentalidad, existiera en el solar de Oviedo no nos permite suponer que la población que allí hubiera fuera de una gran magnitud. Podía, en algún caso, pertenecer a una villa más o menos lujosa, pero aislada, sin más población que la del señor y su familia, y los sirvientes domésticos y rurales del establecimiento. Pero la posibilidad de que también la fuente de la Foncalada sea en realidad de la misma época romana abre todo un campo de posibilidades explicativas. La Foncalada, calificada hasta ahora como la única construcción de época altomedieval dedicada a fines públicos que se conoce en España, siempre tuvo una serie de elementos que la separaban del resto de las construcciones del arte asturiano, nombre que cada vez tiene más sentido, y no el de Prerrománico. El edículo de la Foncalada está enteramente construido en sillares de piedra, incluso las dovelas que forman su bóveda de cañón. A su parentesco con otras construcciones similares romanas ya se han hecho muchas referencias. En realidad, el elemento que hasta ahora ha servido para su adscripción al período del Reino de Asturias es la presencia de la conocida como Cruz de la Victoria, con las letras alfa y omega, que corona su frontón triangular, y los restos de la inscripción «Hoc signo tvetvr pivs. Hoc signo vincitvr inimicvs» y «Signvm salutis...», habitual en otras construcciones del reinado de Alfonso III. Pero tales elementos, está claro, pudieron ser añadidos en los siglo VIII o IX a una fuente y edículo ya existentes, para cristianizarla, como se hizo con otros muchos monumentos de carácter pagano.

Aceptada como hipótesis, a la espera que la datación por carbono 14 pueda aclarar definitivamente el tema, que la Foncalada es romana, se ampliaría notablemente el área de extensión de ese primitivo Oviedo romano, lo que nos obligaría a pensar en un tipo de poblamiento de mayor entidad que una simple villa.

Oviedo está emplazado en un cruce natural de caminos, Norte-Sur y Este-Oeste. Ya hablamos antes de la vía que, con dirección Sur-Norte, unía Asturica Augusta (Astorga), la capital del conventus Asturum, y también Legio (León), con Lucus Asturum. Pero también por el entorno de Oviedo debía de cruzar otra vía que enlazaba con el Oriente, aprovechando el pasillo natural que brindaba la llamada por los geólogos depresión mesoterciaria, que se extiende más o menos desde Grado a Cangas de Onís, sin apenas ninguna pendiente. Para servir a esa vía se habría construido el puente de Colloto, en las inmediaciones de Oviedo. Examinado bajo esa consideración de cruce de caminos o de vías romanas, se podría pensar que el Oviedo romano del siglo IV hubiera sido lo que se denomina un «vicus viarii», una aglomeración urbana tejida en torno a ese cruce de caminos, sin formar un centro agrupado densamente, sino con diversos establecimientos dispersos a lo largo de las vías. Una calificación similar fue propuesta por Carmen Fernández Ochoa y otras arqueólogas que excavaron a principios de los años noventa en el área de la antigua iglesia de Santa María de Lugo (Llanera), donde también se daba otra encrucijada de caminos, entre la vía Norte-Sur ya descrita, que proseguía hacia Gijón, y otra que se dirigía hacia el Oeste, a la ciudad de Lucus Augusti (Lugo de Galicia).

Por otra parte, Carmen Fernández Ochoa viene insistiendo en los últimos años en la importancia del enclave urbano de Gijón en la bajorromanidad. Numerosos restos arqueológicos confirman esa opinión y el reciente hallazgo bajo el claustro del antiguo convento de las Recoletas-Fábrica de Tabacos reafirma lo ya supuesto. Gijón desempeñaría un importante papel, junto con Asturica Augusta, en la parte astur, en esos siglos del final del Imperio romano, en el mantenimiento de la llamada «via annonaria», por la que se aprovisionaba a las legiones romanas que luchaban en el limes (frontera militar) germano, en un pulso mantenido durante siglos y que al final terminaría con la entrada o invasión de los llamados pueblos bárbaros.

Todo lo anterior es pura hipótesis, pero desde luego va siendo hora de que los historiadores revisen sus ideas sobre la historia de Asturias en los siglos de transición entre el mundo antiguo y el medieval. Porque, pese a todo lo que se viene descubriendo, sigue todavía latente la idea de que los astures eran un pueblo muy bárbaro y atrasado, según la descripción que de ellos hizo el geógrafo griego contemporáneo de la conquista, Estrabón, y que, pese a que fueron conquistados, la romanización no pasó de ser un barniz superficial. Claudio Sánchez Albornoz, en su notable historia del Reino de Asturias, calificó a los asturianos que poblaban la zona donde se produjo el levantamiento contra los árabes como «bravos montañeses mal romanizados y peor sometidos a los godos». Y no hace tanto tiempo que los profesores Barbero y Vigil sostuvieron con gran aceptación la tesis de que en la zona limítrofe entre cántabros y astures, articulada en torno a Covadonga y Cangas de Onís, se había formado un poder autónomo que fue el primero que se levantó contra la invasión musulmana. O, para no insistir en lo mismo, la obstinación de muchos historiadores, incluso asturianos, en negar al primer rey, Pelayo, su naturaleza asturiana.

El conocimiento cada vez mayor del período romano y de los oscuros siglos siguientes debe hacer cambiar muchas de las cosas que se han escrito sobre la historia del Reino de Asturias.

Pero volvamos ahora al segundo punto que planteábamos al final de la anterior entrega de este artículo, el referido a la instalación en Oviedo del «solio del trono», es decir, al momento en que Oviedo se convirtió en sede de la corte y asiento del trono, reinando Alfonso II. Ningún documento ni crónica concretan ese momento. La crónica de Alfonso III, en sus dos versiones, rotense y a Sebastián, dice que Alfonso II «fue el primero que estableció en Oviedo el trono del reino», en año que no precisan. Y una denominada «Nómina de los Reyes Católicos leoneses» que acompaña a la crónica albeldense dice que Alfonso el Casto «fundó Oviedo».

Antes que en Oviedo, la Corte había estado en Pravia, donde la asentó Silo, según referencia aportada esta vez por la crónica albeldense. Pravia está en el medio de una zona donde son muy abundantes los restos de la presencia romana, algunos de los cuales todavía alcanzó a ver Juan Antonio Bances y Valdés a comienzos del siglo XIX, e hizo de ellos una memorable descripción titulada «Noticias históricas del concejo de Pravia», que fue publicada por la Academia de la Historia un siglo después, en 1911. Pravia, por otra parte, es muy posible que haya sido la Flavionavia que citan las fuentes romanas.

Cuando Alfonso II, que había desempeñado un destacado papel en la corte de Silo en Pravia, accedió al trono y decidió trasladar éste a Oviedo, su decisión sólo podía tener como fundamento, por lo que hasta ahora sabíamos, el cariño que a ese lugar tuviera por haber nacido en él. Fuera de motivos sentimentales, tal decisión siempre resultó un tanto extraña, ya que parecía ilógico elegir como sede de la Corte un lugar casi deshabitado y desprovisto de toda infraestructura, cuando existía no muy lejos una población como Gijón, que, por lo que hoy sabemos, estaba dotada de unas muy sólidas murallas y numerosas edificaciones que podían servir de asiento sin ningún esfuerzo a la Corte de Alfonso II.

Está claro que no sabemos casi nada de lo que era y había en Oviedo a fines del siglo VIII, cuando Alfonso II accede al trono. Pero, desde luego, no debía de ser un lugar casi yermo, en el que sólo se alzaban una iglesia dedicada a San Salvador y un pequeño oratorio dedicado a San Vicente, con muy pocas construcciones anexas. Tenemos que pensar que había mucho más, aunque buena parte de ello debió de resultar muy dañado tras las incursiones que sobre Oviedo hicieron los hermanos Ibn Mugait, reinando en Córdoba Hixem I. Y ahora volvemos al tema de cuándo se instaló la Corte en Oviedo. Ya dijimos que ningún documento ni crónica señalan año alguno, y, desde luego, no fue el de 812. Pero podemos pensar con bastante fundamento que Alfonso II se instaló en Oviedo ya desde el comienzo de su reinado. Los citados hermanos Ibn Mugait dirigieron sus campañas estivales de 794 y 795, lógicamente, contra la capital del Reino, Oviedo, porque allí esperaban encontrar al rey asturiano, y consecuencia de ello fue la destrucción, al menos, de la iglesia de San Salvador fundada por Fruela, y suponemos que de buena parte de lo que sería entonces la capital del Reino.

Alfonso II, según cuentan todas las crónicas, llevó a cabo en Oviedo una importante labor constructora, al menos en lo que se refiere al núcleo articulado en torno a la actual catedral, donde levantó de nuevo la iglesia dedicada a San Salvador, otra en honor de Santa María y una tercera a la memoria del mártir San Tirso. Según la crónica albeldense, «todas estas casas del señor las adornó con arcas y con columnas de mármol, y con oro y plata, con la mayor diligencia y, junto con los regios palacios, las decoró con diversas pinturas». Y también edificó fuera de Oviedo, como cuenta la crónica de Alfonso III, «distante del palacio casi un estadio, una iglesia en memoria de San Julián Mártir, poniendo alrededor, aquí y allá, dos altares decorados con admirable ornato. Mas también los palacios reales, los baños, los comedores y estancias y cuarteles, los construyó hermosos, y todos los servicios del Reino los hizo de lo más bello».

Las crónicas dan cuenta de las más admirables construcciones de Alfonso II, las realizadas en piedra, pero el Oviedo de entonces debía de ser mucho más y, a lo que parece, no había nacido de la nada. Los monjes de San Vicente para defender su parcela inventaron una bella historia, pero qué lejos de la verdad parece ahora. Oviedo ya no tiene fecha fija de fundación, el año 761, sino un pasado mucho más lejano e interesante que esperemos se pueda perfilar en los próximos años.

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